Demasiado
brillo expedían las armas
De
los guerreros muertos,
Nada
de herrumbre en sus yelmos y escudos,
Cómo
el tiempo conservó intactos los bríos,
Los
gritos de guerra.
Nada
había en ese campo de batalla
Que
anunciara derrota, muy por el contrario,
Los
hilos de oro de los estandartes
Pregonaban
victorias.
La
sangre nunca empapó
Ese
suelo plagado de amapolas,
Pero
uno a uno fueron construyendo
Sus
propias mortajas,
Antes
de darse cuenta con pavor
Que
no había conflagración,
Ni
contrincantes a quienes considerar enemigos.
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