Emily
se apresta a enviar un correo electrónico, quizás el último, ha perdido la
esperanza de obtener resultados en una búsqueda plagada de aflicción. Desde su
adolescencia batalló por encontrar el lugar exacto donde estaban sepultados los
restos de su padre.
Alexander
Vass trabajaba para la empresa naviera Ropner Shipping Company, y, a pesar de
sufrir una tuberculosis que lo extinguía día tras día, continuó su tarea a
cargo de las calderas de la motonave “Wearpool”, no podía dejar de sustentar a
su familia que lo esperaba en Escocia.
Emily,
recordó el último mensaje que ella y sus hermanas recibieran de su padre:
“Pórtense bien con su mamá, yo nunca regresaré”. Revolvió unos papeles y miró
una vez más las fotografías que mantenía consigo, y, que alguna vez la empresa
naviera le entregara a su madre. Nunca estuvo en ese lugar, pero imaginó la
escena en el cementerio, en el límite mismo del desierto de Atacama, uno de los
más áridos del mundo. Todos eran hombres -según lo exigían los usos y
costumbres de aquella época-, algunos jóvenes, otros, más viejos. Vestían con
formalidad, exceptuando el panteonero que lucía pantalón y camisa deportiva. El
pastor protestante, de espalda a las sepulturas, leía la Biblia y los
asistentes lo seguían atentos y afligidos. La expresión, “El otro soy yo”,
simbolizada en aquel ataúd envuelto en la bandera del Reino Unido, no podía ser
más fidedigna; Alexander Vass, un héroe desconocido del trabajo, engrasador de
las calderas de la motonave, actor principal en esa última jornada, había
trabajado hasta la muerte. Mientras tanto, los nichos vacantes, pasivos
espectadores, esperaban ansiosos no sólo al occiso, también a todos aquellos
que vendrían después de él. Emily, enfrentó nuevamente el ordenador, enjugó una
lágrima y presionó la tecla “enviar”.
Días
después y antes que lo imaginara recibía un mensaje de Nancy, una escritora
chilena que había decidido intervenir en este insólito caso. Su primera
hipótesis era que las fotografías correspondían a un cementerio más al norte
del puerto de Antofagasta. Luego de un mes, Nancy confirma a Emily, que los
restos mortales del marino Alexander Vass han sido ubicados en Tocopilla, a 188
kilómetros al norte de la ciudad de Antofagasta. El nombre grabado en la
lápida, desgastado por el paso del tiempo y el ambiente salino del lugar,
rotula: Alexander Wass y no Alexander Vass tal corresponde.
En
20 de octubre de 2012 un automóvil japonés blanco estaciona en la parte alta de
Tocopilla. De inmediato un hombre ataviado por ropa arrugada, en manifiesto
estado de ebriedad, corre tal aparecido en medio de un espejismo hacia el
vehículo; se presenta frente a los recién llegados como el cuidador oficial del
estacionamiento, sin embargo, el único otro ser viviente en esa zona está a
cincuenta metros, en un kiosko, vendiendo flores plásticas a los que llegan al camposanto. El sol es abrasador
y la saliva se hace lija.
Los
hombres calzan zapatillas, bermudas y poleras. Sin comentarios ingresan a través
de una puerta desteñida y llena de huellas de fracturas de sismos pasados. Confusos miran a su alrededor un panorama
desigual. Un joven surge de manera fantasmal entre un centenar de nichos y
tumbas. Al reconocer a los dos forasteros como turistas, les pregunta si los
puede ayudar. El hombre más bajo le presenta unas fotografías y el joven
reacciona de inmediato. “Eso es a la entrada”, dice con seguridad, “síganme”.
La pesquisa continúa y tras caminar unos minutos se detiene como rastreando
algo indefinido. De súbito, el otro
forastero, apunta hacia la segunda fila de nichos que tienen enfrente. Ahí se
observa el símbolo de una cruz inclinada, más abajo: “Alexander Wass Q.E.P.D.
El 30 de Oct. 1952 V.C.B.”. De inmediato, el extranjero, avanza y coloca al borde
de la lápida las insignias de Ropner y un ramo de rosas rojas de plástico.
Luego, los dos hombres, al unísono, llevan su mano derecha al pecho y
permanecen en silencio. Han transcurrido 60 años desde que sus compañeros
dejaran a Alexander entre el desierto y el mar y, que personas relacionadas con
su antigua firma volvieran a rendirle un homenaje.
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