(A
mi amigo Rafael Hernandez, fallecido recientemente)
Nunca supe contestar
por
qué;
salí de España, por
qué;
dejé a Madrid,
tras de mí,
-regresé simplemente
volví sobre mis pasos-,
abandonando
mi
destino de perro callejero
buscando compañía;
que me enseñaron
aquellos años;
de exilio,
o destierro,
o emigración,
o huida.
(según se mire).
Y
sin embargo sigo soñando
que
soy peregrino de una historia colectiva;
y
que pertenezco a esos recuerdos
en
que Madrid olía a sol por las mañanas.
¡¡Ah
la dicha de los que por entonces conocimos la aurora!!
¡¡Privilegio
de privilegiados asistir al final del sacrificio!!
Cuando la bestia se
arrastraba entre escupos de
sangre
-y aunque cobró sus
últimas víctimas, en una
larga noche de
invierno-,
agonizaba entre
vómitos y llagas malolientes.
¡¡Como olvidar las
correrías en las callejuelas de Madrid!!:
El vino del estío,
Atocha libertada por
gritos proletarios;
la Moncloa
enrojecida de estudiantes;
las cenas del Toño
cuando nos embriagábamos de sueños
en
la casa de campo
cantando
en la noche bulliciosa;
y las conversaciones de promesas africanas y
latinoamericanas
y asiáticas;
y el Festival de los Pueblos Ibéricos envuelto
en sus canciones;
y los presos políticos de Carabanchel saliendo
entre abrazos, y lágrimas;
y los puños en alto
recorriendo los caminos;
y la muchedumbre poderosa en su silencio
despidiendo a los abogados de Atocha;
y los comunistas legales y festivos;
y la Pasionaria entrando al Parlamento;
y
Alberti junto a ella en la mesa del honor;
y los exiliados
volviendo con su persistente acento escondido en su valijas;
y los artistas,
intelectuales, y escritores desenterrando recuerdos y cariños, recibidos en la
mesa como hermanos;
y el sexo colándose por las ventanas;
y el miedo
escondiendo sus garras y su cola;
y las ganas de
vivir, vivir hasta la muerte;
en plazas ardientes de deseo;
y nuestras canciones recibidas con euforia por
españoles contentos y gritones
y “¡Chile
vencerá!” en una selva de manos en las fiestas populares,
y Gonzalo y Jorge conmigo rociando diarios por las calles;
y la Loly,
la
Santonja,
-graciosa
y solidaria-
y Belén;
y la otra Lola -la Martínez-;
y
Lolita ;
y
la Lina ;
y
el José Muñagorri;
y
Leandro;
y
la
Charo
-eternamente
unamuniana-,
y
el Rafa
discutiendo
acalorado;
y
el Pedro
riéndose
en silencio;
y
Ginés;
y Juan Manuel
-tranquilo
y ponderado-.
Ahora tengo una
casa, acá en Santiago;
Desde allí se ve la
Cordillera.
Es una casa
iluminada
y bañada de árboles y pájaros cercanos.
Allí están mis hijas
y mi esposa junto a mí, en la puerta
de la entrada.
La mesa está
servida.
A punto está el
vino,
y los humeantes platos acompañan,
el
banquete que espera por Ustedes.
para
brindar por esos tiempos,
por
los nuestros,
los
eternos,
los
de siempre.
Cuando
Madrid era una fiesta compañeros.
Juan
Solis de Ovando: (19 ). Poeta Chileno.
Inedito. De profesion abogado, con dedicacion al derecho laboral. Residio en Madrid (España) por mas de diez años. Hijo del destacado poeta ya fallecido, cuyo seudonimo es Santiago Alcala, y quien fue autor entre otros textos del libro denominado: "Carpeta amarilla".
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